sábado, 27 de marzo de 2010

LA DINASTÍA JULIO-CLAUDIA

Augusto murió en el año 14 d. C. después de gobernar a Roma por más de cuarenta años. Como su salud era precaria y sufría mu­chas enfermedades, Augusto siempre tuvo la precaución de mantener a su lado a alguna persona a quien trataba como heredero. El primero de ellos fue su sobrino Marcelo, que se casó con la hija del Emperador, Julia; pero era un joven enfermizo y murió en el año 23 a. C. Su segundo heredero fue Agripa, que también se casó con Julia a la muerte de Marcelo. Agripa cedió el sitio a Gayo y a Lucio, los hijos que tuvo con Julia. Pero también éstos murieron jóvenes. Augusto se vio obligado a adoptar, contra su voluntad y por influencia de su esposa Livia, a Tiberio Claudio Nerón, el hijo que Livia había tenido con su primer esposo. Su hermano, Druso, había dejado un hijo, Germánico, un joven de gran por­venir, que Tiberio adoptó a petición de Augusto. De esta manera, el Emperador trataba de procurar que a la muerte de Tiberio la sucesión no pasara a su hijo, Druso, sino a Germánico.
La autoridad personal de Augusto, unida al sentimiento uni­versal de que la existencia del principado era indispensable para el mantenimiento de la paz y el orden, fueron los factores esen­ciales que permitieron a Tiberio encargarse del poder sin resisten­cia alguna. El ejército lo reconoció como Emperador y le juró obediencia inmediatamente después de la muerte de Augusto. Más tarde, el Senado le confirió todos los poderes especiales que habían hecho de Augusto el señor del Estado. A partir de ese momento hasta el suicidio de Nerón, el trono fue ocupado por miembros de la casa Claudia; los dos primeros fueron adoptados por los Julios.
Las condiciones en que vivieron los sucesores de Augusto no fueron favorables. Todos comprendieron que gobernaban por ser los herederos de Augusto, y no a causa de sus propios méritos o por servicios prestados al país.



Tiberio
era un competente general del antiguo tino romano, estricto, metódico y sinceramente entregado a su país. Las mismas virtudes mostró como estadista y gobernante. Pero carecía de la energía creadora que inspiraba todos los actos de su predecesor. Tampoco poseía ese notable don de Augusto para entenderse con otros hombres, fascinarlos, lograr que le sirvieran y escoger con acierto las cabezas más claras para su servicio. Tiberio estaba ya amargado y deprimido por la fría hosti­lidad de Augusto y se encontró, desde el comienzo mismo de su reinado, en una situación muy embarazosa. A su lado se alzaba la imponente figura de Livia, la viuda de Augusto, a la que él debía su ascenso al poder. La mayoría de los que habían ocupado cargos importantes en el reinado anterior y muchos aristócratas romanos le eran hostiles. Les desagradaba su orgullo, su reserva y su frialdad, y se negaban a reconocerle el derecho a gobernar. La oposición sabía que Tiberio no estaba muy dispuesto a relegar a su propio hijo, Druso en favor de Germánico, a quien se había visto obligado a adoptar y, por eso, sus oponentes elogiaban a Germánico, general eminente, hasta hacer de él un ser casi sobre­humano. La vida en la corte se hizo casi irrespirable cuando Ger­mánico murió en Oriente, a donde le habían enviado como gober­nador. Es muy probable que muriera de muerte natural, pero tal tipo de muerte en un joven era increíble para esa generación. La esposa y los hijos de Germánico, así como el pueblo de Roma, estaban convencidos de que había sido víctima de un crimen ma­quinado por Tiberio y Livia.
No es, pues, sorprendente que Tiberio se fuera de Roma, en donde estaba rodeado de intrigas y odios, y que instalara su residencia en Capri. Desde allí, trató de gobernar el Imperio. El único hombre en que confiaba era Seyano. prefecto de la guardia pretoriana. Lo dejó en Roma como representante suyo y lo auto­rizó para que instalara sus hombres en cuarteles situados en uno de los arrabales, a fin de asegurar su posición. De este modo, Se­yano se convirtió en gobernante virtual de la ciudad. Entretanto, como cosa normal, continuaron sin interrupción las intrigas pala­ciegas y la rivalidad entre los parientes de Druso y de Germánico, hasta que Seyano decidió aprovechar esas querellas para satisfacer sus propias ambiciones. Esperaba suceder a Tiberio. Una serie de oscuros y horribles crímenes tuvieron lugar: la muerte de Druso, envenenado por su esposa, a quien Seyano había seducido; el aniquilamiento de los hijos de Agripina, uno tras otro: el des­tierro y muerte de la propia Agripina: por último, el descubri­miento de que Seyano estaba conspirando contra el Emperador, su ejecución y el subsiguiente período de confusión y horror que arrastró por igual a culpables e inocentes.

Calígula sucedió a Tiberio y reinó desde el año 37 al 41 d. C. Hijo de Germánico, se había criado en un constante temor por su vida, rodeado de intrigas palaciegas y en compañía de príncipes helenísticos, jóvenes y corrompidos, que residían en Roma como rehenes o para hacer valer sus aspiraciones a algunos de los tronos de Oriente. Como sobrevivió a todos sus hermanos, Calígula fue el único miembro (por adopción) de la familia Julia que quedaba vivo a la muerte de Tiberio. El ascenso al trono trastornó su ca­beza, que ya era bastante débil de por sí. Su breve reinado dio pruebas definitivas de su desequilibrio mental. El loco Calígula vivía en constante temor de las conspiracio­nes y destruyó sin merced a todos los que él temía. Fue tan lejos en sus decisiones que el pueblo romano llegó a sentir una verda­dera repugnancia por él. Exigía honores divinos y no solo se declaraba princeps, es decir primer ciudadano de Roma sino "señor y dios" (dominas et deus); además, despertó la cólera popular cuando introdujo en la corte costumbres orientales. Calígula mantuvo relaciones públicas con sus propias hermanas y proclamó a una de ellas esposa y dio­sa. No es, pues, de extrañar que pronto cayera víctima de una conspiración de los oficiales de la guardia pretoriana.

Claudio sucedió a su sobrino Calígula y reinó desde el 41 al 54 d. C; su padre Druso, hermano de Tiberio, murió durante el reinado de Augusto. Nunca perteneció a la familia Julia y no esperaba subir al trono. Pero cuando unos pocos conspiradores acabaron violentamente con Calígula, la guardia pretoriana proclamó Emperador a Claudio, a falta de otro mejor. Sus actos mostraron el sentido de deber y el tradicional patriotismo do la familia Claudia, pero, débil de cuerpo y de espíritu, pronto se con­virtió en un simple instrumento de sus esposas, Mesalina y Agripina, y de sus libertos. La misma atmósfera rodeaba a Claudio. Durante los cinco primeros años de su reinado solo fue un mero muñeco, al menos en sus relaciones con la aristocracia romana, manejado por Mesalina, su frívola y corrompida esposa. Sus libertos favoritos se oponían a Mesalina con todas sus fuerzas. Aterrorizado por el espectro de la conspiración y ante el temor de que Mesalina pusiera en el trono a Silio, uno de sus amantes, Claudio, presionado por sus libertos, consintió en dar muerte a Mesalina. Pero de inmediato pasó a ser otra vez un muñeco en manos de otra mujer imperiosa, su sobrina Agripina, cuya única razón para casarse con Claudio fue la de acabar con la vida de éste y poner en el trono vacante a su propio hijo, Nerón.


Nerón, el último emperador emparentado con Augusto, reinó desde el 54 al 68 d. C. Su madre fue Agripina, hija de Germánico y segunda esposa de Claudio. Nerón era hijo de aquella y fruto de su primer matrimonio con Cneo Domicio Ahenobarbo. Tenía grandes dotes y un carácter sumamente contradictorio. También la forma de ascender al trono fue irregular; lo consiguió gracias a la ambición ilimitada de su madre, que no vaciló en envenenar a Claudio. Para conservar el poder, Nerón se vio obligado a ase­sinar a su hermanastro y a su madre. A su lado se alzaba, como constante amenaza a su poder, su hermanastro, el joven Británico, hijo de Mesalina y Claudio, y heredero legal al trono. Nerón inauguró su reinado con el asesinato de Británico. Luego, la imperiosa Agripina trató de dominar a su hijo, no menos imperioso, y de convertirlo en un instrumento entre sus manos. Una idea fija domina a Nerón: escaparse del control de su madre. Sus favoritos le animan en sus propósitos. Su segundo crimen es el cobarde asesinato de Agripina. Ahora gobierna solo, pero se siente obstaculizado por Séneca y Burro, que lo habían educado y deseaban guiar sus juveniles pasos. También los aleja, pero ahora se enfrenta con la hostilidad y el desprecio de los que le rodean. Las clases dirigentes de la sociedad se le oponen silenciosa pero tenazmente. Comienza un reinado de terror y la matanza de to­dos los que Nerón considera contrarios a su persona y a sus métodos de gobierno. El principado conserva su fuerza, pero aho­ra incita sentimientos de repugnancia y horror. El creciente disgusto suscitado por las extravagancias de la corte fortaleció a la oposición que, por una vez tuvo el valor su­ficiente no solo para morir sino también para asestar con valentía un golpe. Nerón, cuyo único apoyo era la guardia pretoriana, nun­ca se presentó ante los ejércitos en las provincias y las legiones estaban descontentas. La oposición aprovechó este hecho. Los ejércitos se hallaban informados de la conducta de Nerón y de los flagrantes ataques a la tradición romana, en especial de su pasión por el teatro, sus presentaciones en escena y su marcada preferencia por los griegos en detrimento de los romanos. Los generales con mando efectivo en el ejército, en su condición de legados del Emperador, ejercían poderosa influencia sobre las tro­pas. La rebelión armada contra el Emperador comenzó en Galia. Los rebeldes querían entronizar a cualquiera que quisiera seguir el camino señalado por Augusto. Ya no podían soportar por más tiempo al tirano, al "señor y dios". El nuevo gobernante no dejaría de ser constitucio­nal, porque estaría estrechamente relacionado con el Senado. El estandarte de la rebelión fue enarbolado por Vendex en la Galia. Las legiones de Germania aplastaron ese movimiento, por consi­derar que se dirigía contra Roma y no contra Nerón; pero tam­poco esas legiones deseaban que Nerón continuara reinando. Al final, el Emperador se vio obligado a suicidarse.




Surgió entonces el problema de la sucesión. ¿Quién iba a res­taurar la "libertad" que el tirano había suprimido, una persona nombrada por la guardia pretoriana o el comandante de un ejér­cito provincial? Al principio, pareció que prevalecerían las pro­vincias. Cuando Virginio Rufo, comandante de las legiones de Germania, se negó a reinar, el ejército de España proclamó empe­rador a Galba, y tanto los otros ejércitos como el Senado aceptaron la elección. Pero cuando se presentó en Roma, los pretorianos lo eliminaron, por temor a la pérdida de sus privilegios, y pusie­ron en el trono a Otón. Las legiones destacadas en Germania se rebelaron y proclamaron emperador a Vitelio. Éste se dirigió hacia Roma y venció a los pretorianos en las llanuras del norte de Italia. Pero entonces aparece un cuarto candidato, T. Flavio Vespasiano, nombrado por los ejércitos de Oriente. El ejército del Danubio se declaró en su favor y destronó a Vitelio. Vespa­siano vino a Roma y, gracias a su experiencia, sangre fría y firmeza, pudo fundar una dinastía que duró un tiempo considera­ble. Así acabó el año 69 d. C, el año de los cuatro emperadores.

La atmósfera que rodeaba a estos príncipes se hallaba im­pregnada, sin duda alguna, de culpa y crimen.
Todos esos emperadores no sólo temían a sus rivales per­sonales, sino también los intentos del Senado para reafirmar de nuevo su poder. El Senado continuaba siendo una institución te­mible e impresionante; no se puede negar que algunos senadores todavía alimentaban la esperanza de recobrar su antigua posición, pero es indudable que, en tanto cuerpo, no hizo nada para preparar esa resurrección. Unos pocos confiaban en que algún día llegaría a recobrar su fuerza, pero la mayoría era escéptica y no dio un solo paso en ese sentido. Sin embargo, los gobernantes estaban tan inquietos que cualquier signo de oposición en el Senado se exa­geraba enormemente y cada conspiración, real o imaginaria, mo­tivaba una matanza sistemática de los más eminentes miembros de la aristocracia. De ese modo, las más nobles familias se fueron desvaneciendo, una tras otra, de la escena y llevaron consigo los sueños de restaurar la antigua constitución con el Senado a la cabeza.

Actividades:

¿Cómo podrías resumir el reinado de Tiberio? ¿Fue el primer sucesor al trono de Augusto? ¿A quién sucedió?
¿Por qué despertó Calígula el odio entre la población?¿Cúanto tiempo duró su reinado?¿Qué clase de parentesco tenían Claudio y Calígula? ¿Y Claudio de Nerón? Por se caracterizó el reinado de Claudio y Nerón. Explica cuáles son los hechos más característicos de esta dinastía.

BÁRBARA

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